Religiosidad

De acuerdo a documentación histórica procedente de inicios de la etapa colonial, la monarquía española únicamente concebía la unidad social por medio de la religión católica, por lo que los Reyes Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla no podían iniciar la colonización sin autorización del Papa Alejandro VI, quien, en 1493, les otorgó mediante las «Bulas Alejandrinas» el derecho de conquistar América con la condición convertir a todos los pobladores al catolicismo[1].

Corografía jesuita de la América Septentrional. En este mapa se muestra el avance y estado de evangelización realizada por los jesuitas en la región noroeste del país. Fuente: Mapoteca Manuel Orozco y Berra.

«Y además os mandamos en virtud de santa obediencia que, haciendo todas las debidas diligencias del caso, destinaréis a dichas tierras e islas varones probos y temerosos de Dios, peritos y expertos para instruir en la fe católica e imbuir en las buenas costumbres a sus pobladores y habitantes, lo cual nos auguramos y no dudamos que haréis a causa de vuestra máxima devoción y de vuestra regia magnanimidad»[2].

Como se explica en la exposición Cosmovisión, la religiosidad de la tribu en la etapa prehispánica estuvo (y sigue estando) fuertemente ligada al respeto y veneración de los mundos natural y espiritual, así como aspecto fundamental para el sistema socio-político; por tal motivo, los evangelizadores jesuitas, para cumplir con el mandato de la corona española, buscaron minimizar las confrontaciones entre lo “pagano” y cristiano. La conversión del pueblo yaqui al catolicismo significó que al antiguo sistema religioso se le asociara con otro sistema de creencias y prácticas. El ejemplo es la correspondencia entre la Virgen María con Itom Aye «Nuestra Madre» que se le relacionó con la luna, y a Jesucristo con Itom achai «Nuestro Padre»[3]

[De camino al árbol sagrado]. Las deidades anteriores a la colonización española pertenecían a la naturaleza, en la imagen se aprecia la gran marcha de los antiguos Surem -ancestros yaquis- hacía el gran árbol parlante. Autor: Julio Hernández Correa. Museo Étnico de los Yaquis. Sala Cosmovisión. Fotógrafo: Juan Casanova.
En la bandera yaqui se observan los símbolos de la luna -Itom Aye- y el sol -Itom achai-. Museo Étnico de los Yaquis. Sala Territorio. Fotógrafo: Juan Casanova.
Danzante Matachín (izquierda) y soldado Coyote (derecha). Museo Étnico de los Yaquis. Sala Danza y música. Fotógrafo: Juan Casanova
Los ocho pueblos yaquis y su respectivo santoral. Museo Étnico de los Yaquis.

Paralelo a las versiones aceptadas o canónicas de la religiosidad yaqui posteriores a la evangelización tenemos que, existe un mito cosmogónico donde se incluye un elemento católico sustancial: Jesucristo. En este mito es convertido en un héroe cultural yaqui, un hitebi o «curandero» que llegó a la Toosa en el tiempo en que sus habitantes ya eran cristianos, y junto con María son responsables del origen de las danzas, de Pascola, Venado y Coyote, él de su tropa de soldados, y ella de los matachines[4].

Siguiendo nuevamente la línea de evangelización jesuita, posterior al paralelismo entre Jesús y las deidades naturales, siguió la asignación de los santos patronos. En 1623, en cada comunidad cabecera (o pueblo) se le asignaron dos santos, uno para la capilla y otro para la guardia en la ramada[5].  Todas esas acciones en su conjunto constituían la mejor oportunidad para reafirmar la cohesión y la identidad del pueblo. Así, la música y las danzas que ya eran practicadas en honor a las deidades naturales, ahora eran también una representación del catolicismo, por lo que se mantenía la armonía respecto a la continuidad de los relatos orales transmitidos desde antiguas generaciones a través de los mitos y cuentos[6]

El relato siguiente es solo uno de muchos ejemplos que narran acontecimientos relacionados al reemplazo de creencias religiosas por parte de yaquis renuentes a la evangelización:

En una temporada de extrema sequía, los indios bautizados acudieron a la ermita dedicada a la Virgen, que había sido construida sobre un cerro junto al pueblo de Tórim. Los niños llevaron a cabo una procesión de sangre, y entre oraciones y ruegos comenzó a llover sobre las siembras del pueblo. Lo destacable de este suceso es que la lluvia cayó sólo sobre el pueblo de Tórim, en donde se estaba celebrando a la Virgen, y los indios de otros pueblos donde no había llovido, asociaron el hecho con la celebración, entonces comenzaron a imitar a los otros, esperando beneficiarse también[7]. La nueva devoción a los santos o vírgenes sirvieron para desplazar lo que los jesuitas consideraban como supersticiones.

Representación de la iglesia del pueblo de Vícam. Museo Étnico de los Yaquis. Sala de Fiestas tradicionales. Fotógrafo: Juan Casanova

Cada festividad a partir de ese momento, conjugaba las creencias y prácticas nativas con las católicas. La religión yaqui, hasta la actualidad se presenta como un sistema complejo que evoca tanto a lo nativo como lo católico, pero no el catolicismo de la población mestiza contemporánea o del siglo XIX, sino el de la doctrina implantada por los jesuitas en los siglos XVII y XVIII[8].

Para una mejor comprensión de la complejidad del cristianismo yaqui, volvamos hacia las manifestaciones religiosas prehispánicas: las danzas. Antiguamente, la veneración a las deidades naturales se manifestaba mediante la expresión dancística, ejemplo de ello eran aquellas que utilizaban las cabezas de algún animal muerto, disecado y/o la piel de estos. En estas danzas se ejecutaban movimientos, gesticulaciones y sonidos característicos de los animales que representaban: venados, coyotes, entre otros. La importancia de resaltar a esta expresión en particular, es porque la tribu posee hasta la actualidad un alto sentido de religiosidad impregnado en ellas y las festividades colectivas de las que son parte[9].

Hoy en día se observa una fuerte inspiración de la antigua cosmovisión y ritualidad, que influye no solo en los líderes de la iglesia, mismos que se diferencian mucho del catolicismo tradicional como en los llamados oficios, incluyendo a los maestros rezanderos y las kopariam o «rezanderas», sino también con los infaltables bufones rituales, los pajko’olam (danzantes de Pascola y sus músicos) y su casi eterno acompañante, el danzante de Venado; seres venidos del juya ania o «mundo natural»[10].

Todas las danzas que se practican actualmente están imbuidas por lo nativo y lo católico, la del Venado de raíces prehispánicas; el Matachín de origen novohispano/católico; y la danza cuyas características contienen un mayor sincretismo: el Pascola. Esta danza conceptualmente procede de la palabra del español «pascua», y de la cahíta Oola, que significa anciano, en su conjunto sería el «anciano de la fiesta», la característica principal de esta danza es la figura del anciano como destacable, ya que antes de ser evangelizados, las danzas de los yaquis eran presididas por el principal de mayor edad[11].

La religiosidad de la tribu sigue en lo general al calendario litúrgico católico, donde se distinguen claramente dos periodos, la Cuaresma en la cual la figura central es Jesucristo y el tiempo regular en el cual predomina el culto a la Virgen[12].

Vírgen de la Dolorosa. Museo Étnico de los Yaquis. Sala de Gobierno. Fotógrafo: Juan Casanova.
Sagrado Corazón de Jesús. Museo Étnico de los Yaquis. Sala de Gobierno. Fotógrafo: Juan Casanova

Sincretismo de vida y muerte

Vestimenta de luto en la mujer yaqui. Museo Étnico de los Yaquis

Otro aspecto que fue aprovechado para permitir el proceso de evangelización fueron las prácticas mortuorias, antiguamente no se enterraba a los muertos, pero se les debía ofrecer alimentos para su transición a la nueva vida. Dichos actos permitieron a los evangelizadores introducir conceptos como el de alma y vida eterna, pero necesitaron de cambios respecto a las costumbres anteriores;  daban certeza por la creencia de otra vida y la inmortalidad del alma. Sin embargo, aún se debía instruir acerca del lugar al que iban las almas y lo que hacían. Para empezar, los jesuitas en sus doctrinas y pláticas persuadieron a los yaquis de que las almas no necesitaban alimento corporal, e introdujeron además el uso cristiano de enterrar a los difuntos en un solo espacio destinado para ello[13]. También enseñaron a rezar por los difuntos mediante oraciones en voz alta, normalmente de noche, y convocados mediante un toque de campana. Una práctica común era llevar a la persona viuda a una casa totalmente cerrada, donde era recluida durante ocho días, dentro de los cuales eran sometidos a tabús alimentarios, como evitar comer carne o pescado, y solamente se le permitía beber atole y comer esquite.

Otra práctica relacionada a la muerte y que permanece hasta la actualidad es la referente a quien muere en Cuaresma, si esto sucede, la persona no puede tener las celebraciones funerarias habituales con música, danzas y alimentos, hasta que termina la etapa. Sólo entonces puede el alma encontrar su camino para retornar a la casa del padre viejo. Con la evangelización el ritual de enterrar al difunto con sus pertenencias se modificó por el uso de calzarlos con sandalias nuevas y colocarle al lado una jícara con agua «para el camino».

Una vez que el alma llega al cielo yaqui, puede ser feliz a lado del padre viejo y todos sus ancestros; para lo cual es conveniente una fiesta por parte de los vivos para acompañar al difunto en su alegría. Existe la idea de que el dolor por la separación de un ser querido jamás debe manifestarse con llanto, pues esto haría que el espíritu pierda el rumbo con el riesgo de convertirse en un eterno vagabundo, solitario y sin rumbo fijo (podría considerarse como el infierno yaqui).  Puntualizando que el gozo o sacrificio de la persona fallecida en la otra vida, no solo depende de sus méritos personales cuando estuvo vivo, sino que también afecta la actitud y exactitud con la que los familiares celebren el ritual funerario.

Finalmente, cabe indicar el equilibrio existente del universo yaqui, es por ello que, así como tienen un panteón frente a la iglesia (usualmente al oriente), también existe otro a la puesta del sol (generalmente a la orilla del pueblo), el primero como premio y el segundo como castigo. Es así, que, quien durante el trayecto de su vida respeta sus mandas, compromisos y tradiciones, es sepultado frente a la iglesia, pero aquel individuo que no respetó todo lo anterior habrá de enterrarse en el panteón contiguo a la puesta del sol.

Funeral Yaqui. Fuente: Archivo General del Estado de Sonora
Itom téeka "nuestro cielo" / choki ania "mundo de las estrellas". Lugar a donde las almas regresan al morir después de la vida en la tierra. Fragmento de mural envolvente "Cosmogonía Yaqui". Autor Julio Hernández Correa. Museo Étnico de los Yaquis. Sala Cosmovisión. Fotógrafo: Juan Casanova
Referencias

1 Bejarano Almada, Ma. de Lourdes. (2016). Las Bulas Alejandrinas: detonantes de la evangelización en el Nuevo Mundo En Revista de El Colegio de San Luis, 6(12). p. 238. 

2 Rincón Castellano (s.f.). Bulas de donación del papa Alejandro VI a los Reyes Católicos.

3 Olavarría, María Eugenia. (1995). Creatividad y sincretismo en un ritual yaqui En Alteridades, Vol. 5 (9). p.72 -74. 

4 ibid., p. 26

5 Mesri Hashemi-Dilmaghani, Parastoo Anita; Carlón Flores, María Anabela. (2019). La organización político-social de la tribu yoeme (yaqui). 1ª ed. Ciudad de México: Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. p. 41. 

6 Abbondanza, Ermanno. (2009). Los “otros” entre “nosotros”: el proceso de a-normalización de los yaquis en el México porfiriano (1890- 1909). p. 314.

7 Valdez Muñoz, Talía. (2018). Construcciones y reconstrucciones en la sexualidad de los mayos y yaquis (1535-1767) [Tesis doctoral]. Universitat Autònoma de Barcelona. p. 151. 

8 Olavarría, María Eugenia. op. cit., p. 72

9 Castro Silva, Tonatiuh. (2011). Etnias de Sonora. Sonora: Instituto Sonorense de Cultura. 

10 Mesri Hashemi-Dilmaghani, Parastoo Anita; Carlón Flores, María Anabela. op. cit., p. 8

11 Valdez Muñoz, Talía. op. cit., p. 149

12 Olavarría, María Eugenia. op. cit., p. 74

13 Valdez Muñoz, Talía. (2018). Construcciones y reconstrucciones en la sexualidad de los mayos y yaquis (1535-1767) [Tesis doctoral]. Universitat Autònoma de Barcelona. p. 152.  

Diseño y dirección general del proyecto. Mirko Marzadro (ITESCA)

Dirección ejecutiva del proyecto, diseño y desarrollo de software. Olavo Rojas Vega (Redescubramos Sonora A.C.)

Catalogación. Felipe López Valentín (Redescubramos Sonora A.C.)

Investigación, curaduría y redacción

Teodoro Buitimea Flores

José María Ruiz Félix

Mirko Marzadro

Felipe López Valentín 

Imágenes

Museo Étnico de los Yaquis

Archivo General del Estado de Sonora

Mapoteca Manuel Orozco y Berra

Fotografía

Juan Casanova

Olavo Rojas Vega

Diseño web

Olavo Rojas Vega

Directora General del Instituto Sonorense de Cultura.  Guadalupe Beatriz Aldaco Encinas

Coordinador de Patrimonio Cultural del Estado de Sonora. Francisco Ramírez Arroyo

Responsable del Museo Étnico de los Yaquis. Reyna Lourdes Anguamea Buitimea

Directora General del Instituto Tecnológico Superior de Cajeme. Martha Patricia Patiño Fierro